Sin fin
Exposición individual de Irene Anguita
Sin fin
Exposición individual de Irene Anguita
21 febrero - 31 marzo 2023
Créditos
Elena Feduchi
A lo largo de estos dos años –desde su inclusión en nuestra primera edición de Adentro/Afuera y su posterior primera exposición individual– hemos seguido de cerca la evolución del trabajo de Irene, de su práctica pictórica y de los temas que giran alrededor de la obra. Enfrentarnos a la pintura de Irene nos sigue suscitando incógnitas y misterio, pero con una intensidad mayor, la que proviene de una práctica más madura. Para los que conozcan en profundidad su obra esta evolución será más evidente, para los que se encuentren con ella ahora por primera vez, entenderán que la obra viene de un proceso que se asoma largo. Irene tiene un ritmo incansable de trabajo, sin embargo, no todo lo producido es válido, y este es otro síntoma de la evolución de una práctica. Lo que antes le interesaba lo sigue haciendo ahora, pero entonces, ¿cómo empujar su propia práctica hacia lugares desconocidos? El lenguaje de la artista se compone tanto de factores conceptuales –metafísicos incluso– como de elementos tangibles, lo que hace a la técnica y que la une a la materia; nos atrevemos a decir que en lo matérico es donde Irene ha encontrado el terreno fértil para seguir enfrentándose a su obra desde el lugar más honesto posible.
En Todas las fiestas del mañana (https://elchico.net/Todas-las-fiestas-del-manana), su primera individual en 2021, la pintura giraba en torno a los festejos que no pudieron suceder por un confinamiento abrupto; en ese extenso cuerpo de obra, la pintura estaba al servicio de esa interpretación de una juventud atrapada en una melancolía sin tristeza y a la pregunta más técnica de cómo trasladar el medio digital al lienzo. En SIN FIN nos volvemos a encontrar con el éxtasis de esa juventud en búsqueda, pero ya no la delineamos tan claramente, es como si ese fervor estuviese ahora al servicio de la pintura; la libertad y riesgo que Irene asume en este nuevo cuerpo de obra, es proporcional a la emoción que nos causa mirar y no entender del todo lo que sucede frente a nuestros ojos, sin por ello aminorar la potencia del sentimiento. Irene –como otros de sus contemporáneos– ha dejado de pintar bajo la dualidad usual de lo figurativo vs. lo abstracto, y cuando le preguntamos por qué, su respuesta es casi indescifrable para el que no es pintor, o mejor dicho, artista. Desde nuestra perspectiva, esa decisión de no establecerse en un único ‘estilo’ tiene que ver con una voluntad innata de riesgo: ¿cuál es la necesidad de pintar hoy en día? Para la artista es algo inevitable, pero para nosotros que leemos y miramos, la necesidad sigue estando apuntalada en el peligro. Si todos estamos preocupados (u ocupados en el mejor de los casos) por los mismos problemas, la manera de encontrar soluciones distintas será a través de los riesgos que tomemos a la hora de querer resolverlos –la pintura de Irene en estos momentos funciona así y desde ese lugar.
Cada vez disfrutamos y agradecemos más una práctica que nos empuje, ya sea por emoción o por generarnos la necesidad de saber qué es lo que ha sucedido y está sucediendo en el lienzo que miramos e Irene consigue llevarnos a esos lugares. Es como si mirando su obra anterior tuviésemos una claridad de lo que quiere contarnos, y ahora, esa claridad es más intensa, a pesar de que las figuras son cada vez menos certeras. La pintura se nos presenta como una fuerza envolvente, divertida, audaz, que habla nuestro propio idioma pero en un lenguaje sin palabras. La pintura de Irene está en ese magnífico y delicado momento en el que habiendo transitado una juventud extenuante, ahora comienza otra parte del camino donde la experiencia se traduce en gestos, colores y composiciones igualmente osadas, pero un poco más cargadas de sabiduría.
En Todas las fiestas del mañana (https://elchico.net/Todas-las-fiestas-del-manana), su primera individual en 2021, la pintura giraba en torno a los festejos que no pudieron suceder por un confinamiento abrupto; en ese extenso cuerpo de obra, la pintura estaba al servicio de esa interpretación de una juventud atrapada en una melancolía sin tristeza y a la pregunta más técnica de cómo trasladar el medio digital al lienzo. En SIN FIN nos volvemos a encontrar con el éxtasis de esa juventud en búsqueda, pero ya no la delineamos tan claramente, es como si ese fervor estuviese ahora al servicio de la pintura; la libertad y riesgo que Irene asume en este nuevo cuerpo de obra, es proporcional a la emoción que nos causa mirar y no entender del todo lo que sucede frente a nuestros ojos, sin por ello aminorar la potencia del sentimiento. Irene –como otros de sus contemporáneos– ha dejado de pintar bajo la dualidad usual de lo figurativo vs. lo abstracto, y cuando le preguntamos por qué, su respuesta es casi indescifrable para el que no es pintor, o mejor dicho, artista. Desde nuestra perspectiva, esa decisión de no establecerse en un único ‘estilo’ tiene que ver con una voluntad innata de riesgo: ¿cuál es la necesidad de pintar hoy en día? Para la artista es algo inevitable, pero para nosotros que leemos y miramos, la necesidad sigue estando apuntalada en el peligro. Si todos estamos preocupados (u ocupados en el mejor de los casos) por los mismos problemas, la manera de encontrar soluciones distintas será a través de los riesgos que tomemos a la hora de querer resolverlos –la pintura de Irene en estos momentos funciona así y desde ese lugar.
Cada vez disfrutamos y agradecemos más una práctica que nos empuje, ya sea por emoción o por generarnos la necesidad de saber qué es lo que ha sucedido y está sucediendo en el lienzo que miramos e Irene consigue llevarnos a esos lugares. Es como si mirando su obra anterior tuviésemos una claridad de lo que quiere contarnos, y ahora, esa claridad es más intensa, a pesar de que las figuras son cada vez menos certeras. La pintura se nos presenta como una fuerza envolvente, divertida, audaz, que habla nuestro propio idioma pero en un lenguaje sin palabras. La pintura de Irene está en ese magnífico y delicado momento en el que habiendo transitado una juventud extenuante, ahora comienza otra parte del camino donde la experiencia se traduce en gestos, colores y composiciones igualmente osadas, pero un poco más cargadas de sabiduría.