Metamorfosis del futuro
Exposición individual de Maloles Antignac
Metamorfosis del futuro
Exposición individual de Maloles Antignac
2 junio - 1 julio 2022
Créditos
This is Jackalope
Juan de Sande
This Side Up
Bombykol
A finales del s. XXI la ciudad de Junygrat había quedado dividida en dos grandes zonas: el flanco derecho del río Pingda albergaba una conglomeración gigante de granjas de gusanos de seda y sobre el flanco izquierdo se levantaba el Hospital, conformado por múltiples rascacielos en un monumental conjunto arquitectónico. La mayoría de las escasas viviendas habitadas que quedaban estaban en ese mismo flanco izquierdo, más cerca de las colinas que de la orilla del río.
S. se despertó como cada mañana con el sonido de las máquinas del piso inferior. La ventana estaba abierta y por ella entraba un fuerte olor a tierra mojada intoxicante y adictivo a la vez y que impregnaba toda la habitación. No había parado de llover en semanas. Disfrutaba enormemente del periodo de lluvias, aunque cada año duraba menos. Hundió su rostro en la almohada, le gustaba sentir el tacto de la seda. Después se dio media vuelta y abrió los ojos; por primera vez en años pudo vislumbrar los muebles en su habitación, las formas, los colores, percibir las texturas a través de las señales que sus retinas enviaban al cerebro. Volvió a taparse el rostro con la almohada, recreándose esta vez en la idea de que esa seda que le acariciaba la cara provenía de las mismas proteínas que llevaba implantadas en sus ojos.
L. es la hija de S. Ya no vive en la ciudad, como todos los jóvenes de su edad ha emigrado al campo para aprender a cultivar e intentar conseguir una pequeña parcela de tierra. Hoy ha venido a Junygrat para visitar a su madre, pero esta visita y el largo viaje desde el otro lado del valle escondían una razón paralela: tras meses reflexionando sobre la cuestión, L. había decidido ir a recoger a la ciudad su primera dosis de Bombykol, la única a la que tendría acceso en su vida.
Los gobernantes de principios del s. XXII decidieron administrar gratuitamente una única dosis de Bombykol a cada “ser humano” (para los habitantes más longevos aún resultaba curiosa esta nueva terminología para referirse a las personas, pero al fin y al cabo el lenguaje avanzaba al ritmo que lo hacía la sociedad o, mejor dicho, el ecosistema; las fronteras entre lo humano y lo animal ya estaban desdibujadas desde hacía años, cada vez éramos seres más híbridos).
El Gobierno quiso apartar el Bombykol del peligro que podría llegar a causar bajo el estraperlo y las economías sumergidas, por lo que resolvió controlar su distribución. Su libre circulación podría haber supuesto que la población creciera exageradamente o que fuera usada como una droga de recreo y, además de todo eso, existía el riesgo de que en manos perversas se utilizara incluso como armamento de guerra. Por eso se decidió pautar y limitar la distribución de Bombykol y por esa misma razón L. y los demás “seres humanos” solo podían probarla una vez.
El traqueteo del tren siempre le daba sueño a L, pero hoy estaba demasiado inquieta para adormecerse. Intentaba distraerse leyendo un libro de poemas de Fy Inkle, una joven autora que había quedado fuera del sistema tras su adicción al Bombykol, no obstante sus libros conseguían abrirse camino en los círculos clandestinos:
(Bombyx mandarina que sueña con
Bombyx mori que sueña con
Bombyx robot que sueña con
Y de vuelta.
La reina de los insectos es ahora
La reina de los humanos es ahora
Bombykol queen
Vamos, es tu hora)
Hizo una foto al poema y se la envió a R., la única persona que sabía hasta el momento que hoy tomaría su dosis de BK (nickname para Bombykol). Estaba nerviosa, pero tenía un plan: primero visitar a su madre, darle la noticia de la decisión de tomar su dosis, acercarse al Instituto de distribución de BK donde tenía cita, y por último adentrarse en las colinas, tal y como marcaba la tradición.
A R. le gustaba acostarse tarde. Le fascinaba pasearse por las extrañas inmediaciones de los conglomerados de la granja WyxWyx, en esos caminos tortuosos y paisajes oníricos que rodeaban el complejo en la ribera derecha. Tras unos quince minutos caminando las luces iban quedando atrás. En la oscuridad empezaban a aparecer esas formas extrañas salpicadas en la superficie irregular. Formas orgánicas, mezcla de fuego y tierra, unidas a formas geométricas de nanofibras de polímeros de seda, se alternaban con cascadas deshilachadas de capullos de seda, telarañas que indicaban que estábamos cerca de las granjas de gusanos.
R. era uno de los humanos afortunados que había recibido un implante de piel, gracias a la fibroína de seda, indicado para el tratamiento de quemaduras y otras afecciones provocadas por el sol, cada vez más terroríficas e insoportables que en décadas anteriores.
R. era el ser más cercano a L., y esa noche se encontraría con ella en las colinas de Junygrat para acompañarla en su toma. Allí mismo había ingerido su propia dosis hace ahora dos años, y con ello había logrado la transformación al doble sexo, reproduciéndose exitosamente.
Traer a la vida un nuevo humano hacía ya años que había pasado de ser una decisión personal y privada a una cuestión colectiva, meditada y gubernamental, forzada por la urgencia de acabar con el problema de la sobrepoblación humana en un planeta herido. La creación de nuevas comunidades empezaba a gestarse a partir de la creación de seres híbridos surgidos de parentescos imaginados y en condiciones ambientales extremas. Estaban en marcha nuevas cosmovisiones con características previamente definidas. L. y R. eran parte de un nuevo génesis: la primera generación surgida del cruce entre dos especies, los“seres humanos” y las mariposas de seda.
Huevo, larva, crisálida y mariposa
El trabajo de Maloles Antignac perfila un escenario de ciencia ficción desde lo escultórico e instalativo. A través de un proceso intuitivo, la artista crea objetos a partir de gres esmaltado y sin esmaltar, cobre, nanofibras de polímero PLA, nanofibras de polímero de seda y vidrio con formas mutantes en estado detenido, en una evolución en pausa, congelada. Fósiles de un tiempo futuro e imaginado, donde la comprensión del mundo material entrelaza sin distinción lo natural, lo tecnológico y lo orgánico como partes de un mismo ciclo. Antignac reflexiona sobre muchas de las preocupaciones que nos ocupan en la actualidad, acuciada por la necesidad de reconfigurar nuestras relaciones con un planeta Tierra dañado y con todos sus habitantes: humanos, animales, plantas, objetos inanimados y tecnologías. Las piezas expuestas nos adentran en una especie de paisaje postnatural surrealista desde el que especular sobre futuros posibles.
A finales del s. XXI la ciudad de Junygrat había quedado dividida en dos grandes zonas: el flanco derecho del río Pingda albergaba una conglomeración gigante de granjas de gusanos de seda y sobre el flanco izquierdo se levantaba el Hospital, conformado por múltiples rascacielos en un monumental conjunto arquitectónico. La mayoría de las escasas viviendas habitadas que quedaban estaban en ese mismo flanco izquierdo, más cerca de las colinas que de la orilla del río.
S. se despertó como cada mañana con el sonido de las máquinas del piso inferior. La ventana estaba abierta y por ella entraba un fuerte olor a tierra mojada intoxicante y adictivo a la vez y que impregnaba toda la habitación. No había parado de llover en semanas. Disfrutaba enormemente del periodo de lluvias, aunque cada año duraba menos. Hundió su rostro en la almohada, le gustaba sentir el tacto de la seda. Después se dio media vuelta y abrió los ojos; por primera vez en años pudo vislumbrar los muebles en su habitación, las formas, los colores, percibir las texturas a través de las señales que sus retinas enviaban al cerebro. Volvió a taparse el rostro con la almohada, recreándose esta vez en la idea de que esa seda que le acariciaba la cara provenía de las mismas proteínas que llevaba implantadas en sus ojos.
L. es la hija de S. Ya no vive en la ciudad, como todos los jóvenes de su edad ha emigrado al campo para aprender a cultivar e intentar conseguir una pequeña parcela de tierra. Hoy ha venido a Junygrat para visitar a su madre, pero esta visita y el largo viaje desde el otro lado del valle escondían una razón paralela: tras meses reflexionando sobre la cuestión, L. había decidido ir a recoger a la ciudad su primera dosis de Bombykol, la única a la que tendría acceso en su vida.
Los gobernantes de principios del s. XXII decidieron administrar gratuitamente una única dosis de Bombykol a cada “ser humano” (para los habitantes más longevos aún resultaba curiosa esta nueva terminología para referirse a las personas, pero al fin y al cabo el lenguaje avanzaba al ritmo que lo hacía la sociedad o, mejor dicho, el ecosistema; las fronteras entre lo humano y lo animal ya estaban desdibujadas desde hacía años, cada vez éramos seres más híbridos).
El Gobierno quiso apartar el Bombykol del peligro que podría llegar a causar bajo el estraperlo y las economías sumergidas, por lo que resolvió controlar su distribución. Su libre circulación podría haber supuesto que la población creciera exageradamente o que fuera usada como una droga de recreo y, además de todo eso, existía el riesgo de que en manos perversas se utilizara incluso como armamento de guerra. Por eso se decidió pautar y limitar la distribución de Bombykol y por esa misma razón L. y los demás “seres humanos” solo podían probarla una vez.
El traqueteo del tren siempre le daba sueño a L, pero hoy estaba demasiado inquieta para adormecerse. Intentaba distraerse leyendo un libro de poemas de Fy Inkle, una joven autora que había quedado fuera del sistema tras su adicción al Bombykol, no obstante sus libros conseguían abrirse camino en los círculos clandestinos:
(Bombyx mandarina que sueña con
Bombyx mori que sueña con
Bombyx robot que sueña con
Y de vuelta.
La reina de los insectos es ahora
La reina de los humanos es ahora
Bombykol queen
Vamos, es tu hora)
Hizo una foto al poema y se la envió a R., la única persona que sabía hasta el momento que hoy tomaría su dosis de BK (nickname para Bombykol). Estaba nerviosa, pero tenía un plan: primero visitar a su madre, darle la noticia de la decisión de tomar su dosis, acercarse al Instituto de distribución de BK donde tenía cita, y por último adentrarse en las colinas, tal y como marcaba la tradición.
A R. le gustaba acostarse tarde. Le fascinaba pasearse por las extrañas inmediaciones de los conglomerados de la granja WyxWyx, en esos caminos tortuosos y paisajes oníricos que rodeaban el complejo en la ribera derecha. Tras unos quince minutos caminando las luces iban quedando atrás. En la oscuridad empezaban a aparecer esas formas extrañas salpicadas en la superficie irregular. Formas orgánicas, mezcla de fuego y tierra, unidas a formas geométricas de nanofibras de polímeros de seda, se alternaban con cascadas deshilachadas de capullos de seda, telarañas que indicaban que estábamos cerca de las granjas de gusanos.
R. era uno de los humanos afortunados que había recibido un implante de piel, gracias a la fibroína de seda, indicado para el tratamiento de quemaduras y otras afecciones provocadas por el sol, cada vez más terroríficas e insoportables que en décadas anteriores.
R. era el ser más cercano a L., y esa noche se encontraría con ella en las colinas de Junygrat para acompañarla en su toma. Allí mismo había ingerido su propia dosis hace ahora dos años, y con ello había logrado la transformación al doble sexo, reproduciéndose exitosamente.
Traer a la vida un nuevo humano hacía ya años que había pasado de ser una decisión personal y privada a una cuestión colectiva, meditada y gubernamental, forzada por la urgencia de acabar con el problema de la sobrepoblación humana en un planeta herido. La creación de nuevas comunidades empezaba a gestarse a partir de la creación de seres híbridos surgidos de parentescos imaginados y en condiciones ambientales extremas. Estaban en marcha nuevas cosmovisiones con características previamente definidas. L. y R. eran parte de un nuevo génesis: la primera generación surgida del cruce entre dos especies, los“seres humanos” y las mariposas de seda.
Huevo, larva, crisálida y mariposa
El trabajo de Maloles Antignac perfila un escenario de ciencia ficción desde lo escultórico e instalativo. A través de un proceso intuitivo, la artista crea objetos a partir de gres esmaltado y sin esmaltar, cobre, nanofibras de polímero PLA, nanofibras de polímero de seda y vidrio con formas mutantes en estado detenido, en una evolución en pausa, congelada. Fósiles de un tiempo futuro e imaginado, donde la comprensión del mundo material entrelaza sin distinción lo natural, lo tecnológico y lo orgánico como partes de un mismo ciclo. Antignac reflexiona sobre muchas de las preocupaciones que nos ocupan en la actualidad, acuciada por la necesidad de reconfigurar nuestras relaciones con un planeta Tierra dañado y con todos sus habitantes: humanos, animales, plantas, objetos inanimados y tecnologías. Las piezas expuestas nos adentran en una especie de paisaje postnatural surrealista desde el que especular sobre futuros posibles.