Tracción
Exposición individual de Abel García
Tracción
Exposición individual de Abel García
18 abril - 31 mayo 2024
Créditos
Abel García, Javier Aparicio
Goro Studio
Dosier
DescargarPintar significa calmar una voluntad irrefrenable de movimiento. Comenzar un cuerpo de obra implica enfrentarse a un vacío que genera una especie de desplazamiento: una oscilación que afecta al entendimiento de uno mismo y de lo inmediato y que cuestiona las bases de lo que pensamos saber. Este vacío es el que empuja al artista en la dirección sinuosa de cómo pintar -una vez más- , de olvidar lo que sabe y aventurarse por derroteros inescrutables. Cuando se pinta, como en cualquier otra labor, se despliega una metodología que será tan variada como pintores existen; lo que diferencia a la pintura de estos otros oficios es que su metodología es lúdica y errática. Se inventa sobre la marcha. Podría decirse que la labor del pintor es traer algo remoto al plano de lo que podemos ver e incluso creer comprender.
Una pregunta persistente es la de qué significa el lenguaje de un artista, a qué realmente nos referimos cuando afirmamos que el artista ha descubierto su propio lenguaje. La respuesta no debería ser categórica. El lenguaje en la pintura se asemeja a un tipo de lenguaje primigenio: es un proceso que evoluciona a la par que su alrededor, con la paradójica condición de que la pintura puede explicarse a sí misma, por su propio contexto y genealogía. ¿Es entonces a eso a lo que nos referimos cuando hablamos del lenguaje del artista? ¿Es la capacidad de que su obra se explique a sí misma, más allá de las injerencias del propio artista?
La intuición del pintor frente a su propia labor es otro elemento fundamental. La intuición, al igual que el lenguaje, es un proceso que evoluciona, se estanca, vuelve a avanzar y finalmente, brilla. ¿Cómo si no podemos entender que una pintura comience siempre vacía, en blanco, y termine siendo algo completamente inesperado? Hay que distinguir la intuición del genio –que probablemente sea algo innato y que va creciendo con el tiempo–. La intuición es un compromiso permanente, se va afilando con el quehacer y va siendo más astuta en sí misma y frente a las adversidades. En este cuerpo de obra Abel ha tirado mucho de su intuición, que con el discurrir de las pinturas se ha convertido en valentía. Pasar de un formato pequeño, ínfimo en relación con estas nuevas obras, no ha sido un camino en línea recta. Pero el resultado (sin forma ni conocimiento de lo que iba a ser) siempre estuvo ahí, como un presentimiento que va haciéndose cada vez más claro conforme el trazo va pidiendo otro tipo de brocha y se persigue la imagen latente, sin importar que en ocasiones la pintura oculte lo anteriormente conseguido. Es precisamente esa ocultación lo que evidencia la perseverancia en la labor, la confianza plena en el instinto.
La obra es el final de un camino largo y no siempre afortunado. Creer que los cuadros que vemos han sido fruto del genio es un poco ingenuo. Lo que vemos ahora es el resultado de ese constante movimiento zigzagueante hacia lo imprevisible. La pintura se va construyendo a sí misma, por capas, por acumulaciones, borrones, impulsos y errores escondidos. En la pintura de Abel han sucedido muchos cambios desde la última vez que tuvo una exposición individual en este mismo espacio. Algunos son muy evidentes (el formato, sin ir más lejos) y otros se esconden detrás de las distintas densidades del óleo, dejando entrever esas decisiones como rastros de un estado anterior. Es por ello que Abel trabaja con cierta insistencia, ajustando y reajustando, superponiendo sucesivas capas de pintura cuyos planos de color van fijando formas por sí mismas o por lo que queda de ellas, rebuscando en el lienzo algún tipo de certidumbre. Todo parece conducir a un fin mayor, el de mantener una inercia, una maquinaria que dirija la práctica al lugar deseado.
En esta nueva obra, el salto pasa de lo cuantitativo a lo cualitativo. No es fácil resolver un lienzo de estas dimensiones cuando en el pasado el pequeño formato resultaba tan rotundo en sí mismo. La decisión de dar este salto viene de la pulsión, de la necesidad profunda y real de investigar más allá, con la certeza de que hacer es muchas veces más fructífero que pensar.
Esta exposición es un cambio, un avance hacia un lugar que no es determinado ni determinante, pero que debe ser andado. Y sí, en estos lienzos vemos el lenguaje de Abel, cada vez más grande (metafórica y literalmente) y estas obras ya se cuentan por sí mismas, y a sí mismas.
Una pregunta persistente es la de qué significa el lenguaje de un artista, a qué realmente nos referimos cuando afirmamos que el artista ha descubierto su propio lenguaje. La respuesta no debería ser categórica. El lenguaje en la pintura se asemeja a un tipo de lenguaje primigenio: es un proceso que evoluciona a la par que su alrededor, con la paradójica condición de que la pintura puede explicarse a sí misma, por su propio contexto y genealogía. ¿Es entonces a eso a lo que nos referimos cuando hablamos del lenguaje del artista? ¿Es la capacidad de que su obra se explique a sí misma, más allá de las injerencias del propio artista?
La intuición del pintor frente a su propia labor es otro elemento fundamental. La intuición, al igual que el lenguaje, es un proceso que evoluciona, se estanca, vuelve a avanzar y finalmente, brilla. ¿Cómo si no podemos entender que una pintura comience siempre vacía, en blanco, y termine siendo algo completamente inesperado? Hay que distinguir la intuición del genio –que probablemente sea algo innato y que va creciendo con el tiempo–. La intuición es un compromiso permanente, se va afilando con el quehacer y va siendo más astuta en sí misma y frente a las adversidades. En este cuerpo de obra Abel ha tirado mucho de su intuición, que con el discurrir de las pinturas se ha convertido en valentía. Pasar de un formato pequeño, ínfimo en relación con estas nuevas obras, no ha sido un camino en línea recta. Pero el resultado (sin forma ni conocimiento de lo que iba a ser) siempre estuvo ahí, como un presentimiento que va haciéndose cada vez más claro conforme el trazo va pidiendo otro tipo de brocha y se persigue la imagen latente, sin importar que en ocasiones la pintura oculte lo anteriormente conseguido. Es precisamente esa ocultación lo que evidencia la perseverancia en la labor, la confianza plena en el instinto.
La obra es el final de un camino largo y no siempre afortunado. Creer que los cuadros que vemos han sido fruto del genio es un poco ingenuo. Lo que vemos ahora es el resultado de ese constante movimiento zigzagueante hacia lo imprevisible. La pintura se va construyendo a sí misma, por capas, por acumulaciones, borrones, impulsos y errores escondidos. En la pintura de Abel han sucedido muchos cambios desde la última vez que tuvo una exposición individual en este mismo espacio. Algunos son muy evidentes (el formato, sin ir más lejos) y otros se esconden detrás de las distintas densidades del óleo, dejando entrever esas decisiones como rastros de un estado anterior. Es por ello que Abel trabaja con cierta insistencia, ajustando y reajustando, superponiendo sucesivas capas de pintura cuyos planos de color van fijando formas por sí mismas o por lo que queda de ellas, rebuscando en el lienzo algún tipo de certidumbre. Todo parece conducir a un fin mayor, el de mantener una inercia, una maquinaria que dirija la práctica al lugar deseado.
En esta nueva obra, el salto pasa de lo cuantitativo a lo cualitativo. No es fácil resolver un lienzo de estas dimensiones cuando en el pasado el pequeño formato resultaba tan rotundo en sí mismo. La decisión de dar este salto viene de la pulsión, de la necesidad profunda y real de investigar más allá, con la certeza de que hacer es muchas veces más fructífero que pensar.
Esta exposición es un cambio, un avance hacia un lugar que no es determinado ni determinante, pero que debe ser andado. Y sí, en estos lienzos vemos el lenguaje de Abel, cada vez más grande (metafórica y literalmente) y estas obras ya se cuentan por sí mismas, y a sí mismas.