Hombres-Pino
Exposición individual de Abel García
Hombres-Pino
Exposición individual de Abel García
13 enero - 18 febrero 2022
créditos
Guillermo Martín Bermejo
Elena Feduchi
“En los vastos matorrales de nuestro sueño invocamos a todas las cosas que nadan o se arrastran o vuelan, a las más sutiles e imperceptibles agitaciones, a todo lo oído a medias, a todos los susurros articulados a medias. ¡A todo lo que es frondoso y lejano! Invocamos a los cascos del sueño a través de esa inmensidad baldía y solitaria de la noche: ¡Volved! Y ellos vuelven: los caballos del Sueño galopan, galopan sobre la tierra.”
Thomas Wolfe
El sentido del asombro en la pintura de Abel García
Cuenta la bióloga marina Rachel Carson, en su exquisito y necesario libro El sentido del asombro, cómo siendo todavía casi un bebé llevó de noche a su sobrino Roger envuelto en una manta a ver una tormenta cerca del mar. Juntos, sintieron la emoción y la “aceptación de la naturaleza, sin tener miedo ni de la canción del viento ni de la oscuridad ni de las olas rugientes”. La infancia es el terreno donde plantar la semilla del asombro. Una vez que han surgido las emociones, estas siempre tendrán un significado duradero. Y de estas emociones primarias surge la trascendental expresión del lugar del mito. Este precede a la expresión que se le da, es la unicidad del lugar. El lugar mítico no es el singular, sino su nombre universal. Así, un campo, un monte o un camino se convierten en el campo, el monte y el camino. Y en estas promesas, está el lugar.
Y salimos a caminar, pues caminar es ser. Es buscar ese lugar. Abel lo sabe muy bien, y en su pintura nos ha devuelto la capacidad de asombro. Ese sentido que teníamos abotargado y cegado por los reflectores de la supuesta modernidad, esa que no nos deja ver las luciérnagas.
Como un Whitman o un Wolfe, Abel ha dejado atrás el hogar y ha compuesto su Sinfonía del Nuevo Mundo. Se ha lanzado, como los colonos en sus carromatos, por los senderos tortuosos de la aventura, del huir hacia el bosque, de encontrar esa tierra prometida donde los pinos son hombres que te saludan con el viento, donde hay que construirse el refugio con las propias manos. Y nos convertimos en leñadores, en vaqueros, en labradores. Pero sin olvidar la porcelana, las jaulas delicadas y las sillas de metal que la madre loca y maravillosa no quiso dejar en el Este y pintó de azul. Y vemos pasar ingenierías rojas sobre nuestro tren de juguete. Escalera roja para llegar a las ramas más altas de los abetos. Roja la flor sola que creció en nuestra nueva vereda. El leñador es parte del bosque y no sabemos realmente quien corta y quien es cortado. Y el agua, agua azul celeste por todas partes. Agua que moja nuestros cansados ojos y nos devuelve toda la increíble gama de colores que Abel ha encontrado en estos cuadros. ¡Qué magia delicada y potente nos ofrece! Pura pintura salida del musgo, de la hierba, de las flores, del cielo. Pura poesía, puro asombro. La infantil pulsación del sentir mágico de la vida.
Sí, Abel ha encontrado el lugar del mito. El lugar universal del camino, del monte, del hombre-árbol. Nos ha devuelto las luciérnagas. Al ver su pintura me siento como ese niño Roger asombrado por primera vez ante la tormenta en el mar. Abel nos agita el corazón al fin y emocionados, vemos, vemos todo como si fuera por primera vez.
Thomas Wolfe
El sentido del asombro en la pintura de Abel García
Cuenta la bióloga marina Rachel Carson, en su exquisito y necesario libro El sentido del asombro, cómo siendo todavía casi un bebé llevó de noche a su sobrino Roger envuelto en una manta a ver una tormenta cerca del mar. Juntos, sintieron la emoción y la “aceptación de la naturaleza, sin tener miedo ni de la canción del viento ni de la oscuridad ni de las olas rugientes”. La infancia es el terreno donde plantar la semilla del asombro. Una vez que han surgido las emociones, estas siempre tendrán un significado duradero. Y de estas emociones primarias surge la trascendental expresión del lugar del mito. Este precede a la expresión que se le da, es la unicidad del lugar. El lugar mítico no es el singular, sino su nombre universal. Así, un campo, un monte o un camino se convierten en el campo, el monte y el camino. Y en estas promesas, está el lugar.
Y salimos a caminar, pues caminar es ser. Es buscar ese lugar. Abel lo sabe muy bien, y en su pintura nos ha devuelto la capacidad de asombro. Ese sentido que teníamos abotargado y cegado por los reflectores de la supuesta modernidad, esa que no nos deja ver las luciérnagas.
Como un Whitman o un Wolfe, Abel ha dejado atrás el hogar y ha compuesto su Sinfonía del Nuevo Mundo. Se ha lanzado, como los colonos en sus carromatos, por los senderos tortuosos de la aventura, del huir hacia el bosque, de encontrar esa tierra prometida donde los pinos son hombres que te saludan con el viento, donde hay que construirse el refugio con las propias manos. Y nos convertimos en leñadores, en vaqueros, en labradores. Pero sin olvidar la porcelana, las jaulas delicadas y las sillas de metal que la madre loca y maravillosa no quiso dejar en el Este y pintó de azul. Y vemos pasar ingenierías rojas sobre nuestro tren de juguete. Escalera roja para llegar a las ramas más altas de los abetos. Roja la flor sola que creció en nuestra nueva vereda. El leñador es parte del bosque y no sabemos realmente quien corta y quien es cortado. Y el agua, agua azul celeste por todas partes. Agua que moja nuestros cansados ojos y nos devuelve toda la increíble gama de colores que Abel ha encontrado en estos cuadros. ¡Qué magia delicada y potente nos ofrece! Pura pintura salida del musgo, de la hierba, de las flores, del cielo. Pura poesía, puro asombro. La infantil pulsación del sentir mágico de la vida.
Sí, Abel ha encontrado el lugar del mito. El lugar universal del camino, del monte, del hombre-árbol. Nos ha devuelto las luciérnagas. Al ver su pintura me siento como ese niño Roger asombrado por primera vez ante la tormenta en el mar. Abel nos agita el corazón al fin y emocionados, vemos, vemos todo como si fuera por primera vez.